Reflexiones del lobo
Una escultura, mejor dicho un relieve se seca sobre la mesa del comedor, entonces me veo forzado a comer en cama, frente al televisor. Pasan varias jornadas mientras esa figura hecha de papel hecho pasta, vuelto a su pasta original se seca bajo sus capas de tinta china y tiza de color pulverizada. A varias cuadras de distancia en los escaparates de una concurrida tienda que expone y vende pinturas y materiales para pintar, dibujar, esculpir, todo caro pero limpio, con ese toquecito osado y aventurero que no se sale de los marcos convencionales, que asombra e inquieta levemente al comprador o simple espectador pero no demasiado, que le hace un gesto que lo marca como uno de los elegidos de ese grupo privilegiado. Me agazapo como un lobo figurativo que de cuando en cuando se pone una piel de oveja para salir de este departamento que es mi madriguera y a veces incursiono por las calles y las hojas de papel y virtuales de ellos, los que se pasean contentos en sus manadas, hablando y gesticulando, pero que me han otorgado una especie de pase para sentarme en las orillas de sus calles y ciudades y que insisten en que yo soy en el fondo uno de ellos. Benaiga
Miniapocalipsis con playa
La situación no tenía buenos auspicios ya desde el comienzo. La que organizaba la fiesta había estado casada, o viviendo, no sé exactamente, por lo menos ocho años, con un tipo que era gran amigo y colega en Relaciones Exteriores de su ex marido, que era el invitado especial. Claro que la fiesta se hizo en terreno neutro, y todos, hasta yo, que ando siempre un poco escaso de fondos, tuvimos que hacer un aporte para pagar esa tarde y noche de celebración en ese hotel, uno de los más suntuosos de este barrio acomodado, en esta colina salpicada de palacetes, macizos forestales y jardines que domina la ciudad. Sobre eso hablábamos con el pintor José, que decía que la daba la impresión de estar en Europa, cuando de repente apareció en el cielo una silueta inmensa, un coloso formado o compuesto por innumerables puntos luminosos de diversos colores, como por una técnica Seurat perfeccionada que configuraba ahora con más detalle esa figura robusta, que tenía ese familiar brazo perfecto y musculoso extendido, de alguna manera lánguido, que terminaba en una mano y un dedo índice que medio apuntaba, cómo no pensar en Michelángelo le dije a José, reivindicando así una percepción que iba más allá de la mera pintura, que se extendía a esos eternos conflictos escatológicos y apocalípticos ahora materializados ante nuestra vista, ya que quizás llevado por mi lente literario no pude menos de asimilar a la incierta, monstruosa y oscura silueta reptilínea que enfrentaba al gigante luminoso con una de las criaturas deliradas por Lovecraft, de múltiples ángulos que correspondían a las junturas de proyección de varios pares de alas, con extremidades y otras protuberancias imprecisas y algo cambiantes, ambas figuras cara a cara teniendo como fondo ese marco urbano de alguna manera todas las ciudades y por supuesto ésta que se despliega un poco más abajo, donde hemos vivido desde hace décadas y ya no vamos caminando tan tranquilos como antes,--conversando y fumando, en esta terraza encaramada en los baluartes de esta colina, con nuestros tragos en la mano, yo terminando un cigarrillo suave de los pocos que me permito fumar al día, aunque el doctor preferiría que no fumara ninguno--, porque abajo esas tropas que siguen a enseñas opuestas combaten esta batalla incierta desde hace mucho pronosticada o profetizada en libros sagrados clarividentes, compasivos o locos, contienda que ahora parece haberse decidido repentinamente por lo que existe, al menos por el momento y en este round, ya que el dragón se desvanece en retazos en esa niebla que a veces no parece niebla pero que lo envuelve todo. Y ahora de repente las cosas se empiezan a delinear otra vez, el horizonte empieza a adquirir de nuevo su profundidad y color acostumbrados y las dimensiones parece que se están restableciendo y es otra vez de día. Pero un momento. Algunos vestigios de las huestes vencidas y ya en plena y repentina retirada siguen evolucionando como grandes peces hediondos que surcan el aire, zumban rozando los pilares que sostienen el tejado cuyo alero nos cubre de la llovizna, sacando algunas esquirlas, otro ente que acaso sea más grande pasa volando más abajo, indentando con sus aletas unos arbotantes que sostienen esta misma terraza sobre la que ahora caminamos, haciendo que vibre un poco cuando ya íbamos bajando las escaleras hasta pisar tierra firme, sobre la que tremolan y se estremecen organismos vivos vagamente parecidos a moluscos, batracios, medusas de protoplasma semitransparente de variados tamaños, y qué olores dios mío, frente a los cuales la gente se detiene todavía temerosa de avanzar más en esa playa donde se rompen las olas del caos contra la arena de la realidad, pero parece que automáticamente cojo un trozo de algo que me debo haber llevado a la boca, ya que siento un regusto ni bueno ni malo, más bien extraño, que se me asienta en la punta y los lados de la lengua, en el paladar, y entonces los niños se acerca y toman sin asco ni miedo a los animales más chicos y van alimentando con ellos a otros más grandes que a su vez se dividen en otros más pequeños que a su vez van a alimentar a los más grandes en una diversión que consume a todos, niños y adultos hasta que la masa semiinforme que temblaba empieza a disminuir y a retroceder dejando lugar a las calzadas y prados de antes, todavía húmedos.
Midas
El gran mago que todo lo convierte en mierda. El Gran País del Norte. Regido por una casta de cristianos renegados y delirantes que sirven al Becerro de Oro y preparan el Apocalipsis. Toda una sociedad se vuelca hacia la Industria de Guerra. Su música popular. Sus entretenciones. Su violencia. El derramamiento de sangre. La usura en sus formas más grotescas diezma poblaciones. Aniquila culturas. Corrompe continentes. Agota recursos. Degrada el medio ambiente. Propaga en los países ocupados el evangelio de la corrupción y el fraude. Sigue la palabra corrupta de las más viles interpretaciones de un libro sagrado. Convierte a Cristo en un payaso. Deambulan sus hijos por los pasillos de la Casa Blanca con pasos esquizofrénicos. Los putrefactos lóbulos frontales o hemisferios cerebrales escindidos. Claman el holocausto purificador del Armagedón con el hemisferio derecho. Mientras la Otra mano esgrimen la regla de cálculo. Cuantifican la carne la sangre del cordero. La materia misma del mundo. En las veinte monedas de Judas.
Candy Man, la Inmortalidad, el Arte, la Conciencia, el Humanismo
En la película el Candy Man le dice a su víctima predestinada te ofrezco la eternidad y la dicha de no ser, sino en la mente de los creyentes. Entonces fue que me cayó la teja, expresión chilena que quiere decir lo mismo que se me prendió la ampolleta. El golpe súbito de la ocurrencia o la idea, en que casi podemos percibir el impacto del choque de esos elementos distantes que se conjugan por sí solos para producir la idea. La segunda imagen aludiendo al hecho de que pese a todos los humanismos y antropocentrismos todavía el pensamiento es esa luz que se prende de repente en medio de la pieza oscura y que se extingue en un instante. Pero a lo que iba, entonces es que me di cuenta. Darse cuenta. Esto que acabo de decir alude al carácter reflejo de la conciencia, que eso era lo que buscaban los artistas principalmente, pero también otros sujetos entregados a otras profesiones que ponen al reconocimiento de los semejantes como la única posibilidad de pervivencia, de inmortalidad, elección o creencia que no puede sostener con buena fe el
creyente de ninguna religión.
Perspectiva mundial
Revista trosca posadista de una de las cuartas creo. Ahí leemos sobre el Piojo Aznar dándole a los vascos, al Sin Feinn con el culo a dos manos. Mientras los canutos lunáticos de la Casa Blanca dejan por un momento de manosear serpientes, de hablar en lenguas. Proyectan su tánato en guerras que hasta la Rand dice que son por el petróleo. En Kabul se deja morir de hambre o se sofoca a más de mil cautivos. Y pensamos que quizás se trate de la presión del gas en el vientre del Primer Carcelero del mundo. De ese país con seis millones en la cárcel o casi. Que busca aniquilar a parte de sus jóvenes para que el sistema no reviente. Pero nunca hemos creído en el determinismo biológico. Mejor ni te metas. Mejor ni prendas la radio o la televisión. Mejor ni hablar del Cono Sur, menos de África. Las Reuniones Cumbres de la Tierra coronan a los países sajones, eje del terror
ambiental que se cierne sobre el mundo.
Volando bajo
Bueno. La cosa había terminado. Se trataba de un encuentro de doce poetas de la así llamada Región XIV, para los que no lo saben una manera de denominar a los chilenos que viven en el exterior, una categoría en pañales con muchas cosas por aclarar. Por ejemplo, yo soy ciudadano canadiense. Cosa que hay que reconocer, no se convirtió en arma para los críticos de este evento. En Chile toda iniciativa es criticable, sobre todo si se la puede atribuir a una persona en particular. Quizás se hubieran encontrado con gente nacionalizada en una media docena de países, y no hubiera faltado el xenófobo que cabalgando en las bajas pasiones colectivas, siempre rentables en épocas de imperio de los medios de comunicación de masas, hubiera exclamado con impostada indignación ¿Y dónde están los chilenos en el encuentro de poetas de la Región XIV?. Pero todavía no se ha llegado tan lejos. Se efectuó el encuentro bajo el pararrayos de su organizador, a quien se le negaron los fondos mediante artimañas y nepotismo, a quien cuyos enemigos en los corrillos y grupos de interés acusaron de traficante de drogas y de influencia. El Gobierno no entregó apoyo directo, se mantuvo distante, enfrascado en tratados y relaciones comerciales con Europa, Asia y el consabido monstruo, en las elecciones presidenciales por venir, y deseoso de mantener una imagen de imparcialidad frente al público y ciertos organismos de financiamiento de las artes que ha ido secretando y que están revistiendo un carácter mítico y semidivino, en ese país de instituciones y guildas arrasadas por el mercado y el crédito. Los funcionarios hicieron gestos, hubo discursos, un ministro pagó una opípara cena. En los próximos años, oleadas sucesivas de poetas y escritores catorceavos cosecharán como la parca un fruto de público, prensa y financiamiento gracias a nosotros doce, que pagamos el piso.
Pero allí nos despedimos y nos dirigimos cada cual a su aeropuerto, como a un destino incierto. Antes de volar me pongo en paz conmigo mismo, pienso en quien se verá más afectada ante mi súbita volatilización. Hago un balance de mis deberes y haberes en caso de que Dios exista, aunque no soy creyente. El saldo no es negativo. En general he tratado bien a mis mujeres, varias de las cuales me han dejado. Siempre me he ido casi con lo puesto y sin embargo sólo tengo recuerdos positivos de estas experiencias. Si el avión se cae o estalla en el aire, Dios me dice que en realidad mi expediente es bastante bueno, más veces se han aprovechado de mí que a la inversa, he pasado por la vida sin grandes odios, sólo unos pocos a nivel ideológico o estético, lo que no es personal y casi no cuenta, siempre he sido pésimo para los negocios, en cuanto a promoverme, hace unos años un amigo que no voy a mencionar me decía que yo había destruido palacios, refiriéndose a mis actitudes casi insultantes hacia gente importante que de cuando en cuando se había mostrado manifiestamente inclinada a ayudarme. La divinidad dice que en cierta medida como que me he pasado la vida promoviendo y facilitándole las cosas a los demás, muchas veces a personas que no se lo merecían y que en general se me ha pagado con ingratitud, con crítica encubierta. Pero me dice que he cometido un pecado imperdonable, que anula un poco los méritos anteriores; yo no creo en él “No crees en mí”, me dice, y se apunta el pecho. Me manda temporalmente al purgatorio, donde tengo que escribir una Oda a Dios, cuyo producto final Él mismo aprobará. Pese a que su creación pudiera indicar lo contrario, se dice que tiene un gusto muy exigente.
Pero allí vamos, un poco fuera de foco, la noche anterior dormimos con pastilla y eso siempre nos descentra un poco. En este largo vuelo nocturno todos duermen, menos yo, pero en algunos casos es seguro que los ojos cerrados ocultan un pavor inconfesable. En ese estado la percepción y los procesos mentales se agudizan, se derrota el sueño a costa de un ingente proceso de concentración, al leer Bodas de sangre de Lorca deploro el cliché, el refocilarse del autor en ese mundo en que se destacan a través de la bella imagen y el eufónico lenguaje las facetas más horrendas de una cultura reaccionaria y machista que todavía se vende con la pomada de lo telúrico por ejemplo, o lo popular, de mujeres encerradas en sus casas, destinadas a la procreación, de hijos robustos que trabajan físicamente en los campos, que procrean y si pueden matan, que en caso de infidelidad se la cobran a cuchillo. Pero en fin por el enorme aeropuerto de Atlanta circulan los jóvenes de las barriadas, mucho latino, negro en uniformes imperiales, que a lo mejor se aprestan para partir a unos de los frentes en esta nueva guerra mundial desigual y combinada. Al fin tocamos tierra en Ottawa, a mí y a un centroamericano nos pasan a que nos revisen las maletas, seguro por nuestro aspecto que luego se verá corroborado por el apellido, sacar todo, explicar porqué se estuvo fuera, ser conminado a producir alguna documentación que pruebe que soy traductor, como humildemente pongo en la tarjeta de desembarco. No tengo nada, para probar muestro un libro en español, afiches del evento, mientras el policía se nota más y más irritado, aunque en estas latitudes eso se manifiesta quizás por una cierta brusquedad, una mínima tensión de los rasgos. Si estuvo un mes afuera ¿Cómo es que llevó tan poca ropa?, me dice, lo que no es efectivo, ya que con el que llevaba puesto tenía cuatro pantalones, cinco camisas y dos poleras. Me hace vaciarme los bolsillos, ¿Y cómo puede viajar con tan poco dinero?. Y le tengo que explicar que ahora con mi tarjeta puedo sacar plata en Santiago en pesos chilenos, en Estados Unidos en dólares americanos, que ya nadie anda con cheques viajeros, no le voy a decir que a veces sí, otra gente, para cambiar dólares o euros en el mercado negro, de lo que fui testigo. Pero todos sabemos que las nuevas reglas del juego se justifican con el espectro del terrorismo. En una de éstas me han visto en la página de los poetas antiimperialistas y se les ocurre merced a una mala traducción que uno está incitando a la rebelión. Pero ahora me dice que no levante tanto la voz, pero es que todavía vengo aturdido por el descenso, con los oídos tapados, mientras maniobro torpemente con los cierres de la maleta y me dice como despedida que cómo tengo tanto problema con mi propia maleta, this is starting to get personal. Welcome home. Pero ahora le toca el turno al salvadoreño.
Recuerdos del as de las pistas
Publicado: 07/Setiembre/2004 en Toronto Hispano
Cuando yo era un muchacho joven y comencé a ir a mis primeras fiestas no me iba muy bien. Lo que pasa es que era muy flaco y no me vestía muy a la moda. Me ayudaba un poco eso sí tener ojos grandes y el pelo un poco rubio. Pero cuando había que comenzar a bailar mis pocos puntos a favor desaparecían como por encanto. El primer problema que tenía era cómo acercarme a la niña que me gustaba más en el grupo ése que nos estaba mirando a hurtadillas a nosotros, los varones, que teníamos nuestro grupo al lado opuesto del salón.
Las muchachas cuchicheaban entre ellas y se reían. Nosotros nos dábamos aires. En ese entonces uno no se aventuraba solo a ninguna fiesta, y todavía faltaba bastante para que aparecieran esos salones de baile especiales para la juventud a los que uno va, paga su entrada, si hay que pagar, y se sienta o se queda parado, tomándose una bebida, una cerveza o un trago más sofisticado y luego se acerca a esa niña que uno está mirando de lejitos y la invita a bailar, así, con toda naturalidad y como si tal cosa. Claro que no todos tenían los mismos problemas míos. Siempre había otros en el grupo que tenían más cancha, eran más entradores, sabían palabrear a las minas.
Mirando retrospectivamente, sorprende que esos hayan sido en general los chicos, o los feos, obligados a desarrollar las dotes de la sociabilidad y la culebra (la conversa) para compensar. En Latinoamérica y en Chile existía, y supongo que todavía existe, el culto a la belleza. Por ejemplo, en esos años había una canción muy popular que pedía la muerte de los feos.
Pero el así llamado sexo débil tenía sus propios mecanismos compensatorios.
Uno podía ser testimonio de cómo algunas de las niñas más bonitas, que habían nacido mimadas, admiradas y regalonas, no hacían ningún esfuerzo ni en la casa ni en el colegio y se dedicaban nada más que a eso, a ser bonitas y regalonas y a soñar con que llegaba un príncipe de película a desposarlas, pero a veces después, pasaban los años y se tenían que casar apuradas o se quedaban para vestir santos (solteronas), mientras que la niña feíta, la que se había visto obligada a fabricarse un carácter, una personalidad, adquirir conocimientos, de manera persistente y con un trabajo de hormiga, lograba hacerse un lugar y una imagen a veces envidiables, y a veces solía desposarse con el varón más preciado en los salones de baile y las tertulias de las madres. El fruto de esta labor callada y perseverante aparecía de repente ante el público en general, que sin conocer los entretelones, atribuía estos éxitos al destino, situación que ha quedado acuñada en el dicho "la suerte de la fea la bonita la desea".
Pero volviendo al baile, había otras limitaciones. Nosotros vivíamos y nos criábamos en pandillas de barrio, liceos o colegios para hombres, lo que explicaba ese desplazarse en grupos y nuestro intercambio permanente de toda clase de mitos sobre las mujeres, la mayoría falsos, factores todos a los que se sumaba la necesidad de contar con la destreza física y rítmica absolutamente necesaria para ritmos tales como el rock and roll, de nuestra juventud, el tango, de nuestra madurez y la criolla cueca, de nuestras reuniones de exilados, que por siempre y por razones neuromotoras han estado fuera de mi alcance. Pero lo que nunca faltaba en esos bailes o fiestas bailables en cualquier circunstancia y a lo largo de los años era la aparición de un personaje que parecía tenerlo todo, la pinta, el desplante y el ritmo, y que naturalmente no tenía problema en lucirse en la pista de baile primero y de llevarse después a la niña que yo miraba y codiciaba, con la que soñaba, claro que manteniéndome a respetuosa distancia, y que además tocaba la casualidad de que era la mejorcita de la concurrencia. Pero luego de Adamo y su "bailé con chicas que estaban muy bien/ que a uno lo ponen mal", la irrupción muy posterior del gino Travolta el sábado en la noche, y el paso del tiempo, uno se viene a dar cuenta de que nuestra manera de considerar a esas niñas que evolucionaban en la pista de baile en brazos de sus galanes, mientras nosotros nos tomamos un trago tras otro, o fumábamos, se debía a una educación carente de liceos coeducacionales, ni qué hablar de educación sexual.
Además, esas chicas que uno admiraba, por lo general rubias y altas y de ojos azules, eran retoños de nuestras clases altas y medias, en general provenientes de Europa, que junto con su cultura e instituciones nos habían impuesto su ideal de belleza. Pero siguen pasando los años. Una vez trasplantado a este medio de la metrópolis anglosajona con tintes multiculturales se me empezó a dar vuelta el naipe, lo que no es nada de difícil, dada la abundancia de bellezas negras, orientales, caribeñas, hindúes que parecen seres de otro planeta. Y todo esto a raíz de que me cortaron el cable y ya que me quedé sin ver la BBC de Londres, de la que soy asiduo, qué se creen, decidí arrendar Saturday Night Fever para verla por enésima vez y me bajó la nostalgia.
Cerveza y certificados de seguridad
Ahora cuando quieren juntarse conmigo me pueden llamar al celular. En este café en las tardes, y a veces en la noche, me dejan ocupar una mesa. Total, cada cierto tiempo pido algo, un café, cuando todavía es relativamente temprano, o un agua o su tonta cerveza. Además los días que yo vengo nunca está muy lleno. Mi amigo L. llegó caminando con paso liviano. Desde lejos se ve bastante joven, más de lo que realmente es. Hace tiempo que no lo veía. Aunque tiene un par de años más que yo está mucho mejor conservado, deben ser las artes marciales o que se empezó a teñir el pelo cuando se le empezó a poner blanco. No como en el caso mío que si me lo pinto de la noche a la mañana todo el mundo se va a dar cuenta, salvo que me cambiara de ciudad. Y me contó que en un taller de las artes marciales que sigue, aikido, taecuondó, taichí, en realidad no sé, se hizo medio amigo de un fulano que trabaja en el gobierno en un puesto de bastante responsabilidad, que estaba tomando esas clases para relajarse un poco y aconsejado por su analista. Mi amigo tiene unos ojos profundos, oscuros, medio aterciopelados, esto último porque es bastante corto de vista, la gente tiende a confiar en él, siempre con bastantes malos resultados, porque es bastante bocón. Es decir que le da a la radio bemba, como me han contado que dicen en la República Dominicana. El fulano le contó la polémica al interior de los aparatos de inteligencia—se me olvidó agregar que habían tomado bastante—, sobre los certificados de seguridad. Si a uno lo hacen acreedor a uno, está jodido, te meten para dentro y no puedes hacer nada, ni llamar a nadie, ni siquiera sabes porqué estás en la capacha. Pero a lo que iba. Para dar curso a esa documentación necesitan detener a la gente más o menos con las manos en la masa, o con presunciones de que luego las van a tener así. Hay directivas para vigilar a cierta gente, para confeccionar perfiles de personas sospechosas, en fin, se intervienen emails y teléfonos, para qué decir cartas. Pero todavía hay duda sobre las señas o indicios que habría que tener en cuenta. Hasta hace muy poco, —y lo que se explica por la mentalidad digamos directa de la gente original en esta cultura desarrollada, vulgo los gringos—, empezaron a vigilar en aeropuertos, terminales de buses, malls comerciales, etc. a gente de tez más bien morena, de ojos grandes, oscuros y rasgados, preferentemente de barba y pelo ensortijado. Es decir de tipo árabe. Más de una hurí ultrajada presentó reclamos—,que nunca provocaron acción reparadora o compensadora—,a esas rubias niñas pálidas de las Oficinas de Reclamo, que languidecían detrás de sus escritorios, secretamente consumidas de envidia por el físico de esas panteras de ojos amarillos, que imaginaban llevarían las vidas agitadas y voluptuosas con que ellas fantaseaban antes de dormirse.
Hasta que algún talento de las reparticiones que cortan el queso, porque también existe en esos lugares la inteligencia, a veces el genio, se le ocurrió que si las organizaciones terroristas contaban con la información y tenían los medios para volar un par de rascacielos en el corazón de Nueva York, amén de muchas otras cosas dadas o no a conocer al público, no les costaba nada comprar ropa occidental, hacer planchar y teñir el pelo de sus acólitos, recurrir a lentes de contacto, trasplantes de piel y cirugía estética. Como estaban las cosas, la intervención en aeropuertos y otros lugares y la paranoia de algunos pasajeros, estaban alienando aún más a las poderosas comunidades musulmanas de Norteamérica, precisamente lo que se pretendía evitar. Lo que no es raro, y esto es un paréntesis mío, porque a veces en este contexto las políticas salen al verres, es decir que tienen el efecto contrario al que se esperaba. Por ejemplo ahí tienen Irak, donde los soldados gringos todavía mantienen en el poder a un gobierno dictatorial chiíta con escuadras de la muerte y todo (sounds familiar), cuando Irán, país vecino, enemigo en la mira e integrante según algunas fuentes fidedignas, de los países ejes del mal, es también chiíta.
Pero bueno. A lo que íbamos. Según me dijo mi amigo que le había dicho su compañero de clase, se iban a empezar a aplicar las nuevas disposiciones: el objetivo de la vigilancia iban a ser desde ahora los rubios (y rubias) de ojos azules, o claros en general, ya que por supuesto los terroristas no iban a estar mandando a través de las aduanas y a los aeropuertos a gente de aspecto sospechoso. Lo que cabía sí, y eso se me ocurrió a mí, es que previendo ese cambio de orientación los terroristas iban a empezar a mandar emisarios o agentes que precisamente cuadraran con los estereotipos éticos y culturales mientras los servicios de seguridad se centraban en este nuevo objetivo. Pero que me explaye en estas disquisiciones, por otra parte oídas de segunda mano, no quiere decir que yo esté con uno o con otro lado. Los canutos fundamentalistas de la Casa Blanca y de otra capital norteamericana que no voy a nombrar porque la tengo muy cerca, son igual que los talibanes, pero al revés. A los primeros les gusta que sus mujeres anden mostrando las presas y los segundos las sacan tapadas de la cabeza a los pies. Pero los dos las tienen ahí nomás, aunque los del Occidente no tienen la posibilidad de hacer lo que les gustaría por que justamente viven en el Occidente y se supone que aquí hay derechos humanos, equidad entre los sexos y cosas así, aunque les moleste. Bueno, lo último que me dijo mi amigo es que entre las especificaciones para determinar el perfil de un supuesto terrorista figuraba que el agente tenía que fijarse si la persona en cuestión iba mucho al cine o leía novelas, lo que la descartaría inmediatamente, ya que la gente que andaba viviendo a salto de mata no iba a tener interés en ir a ver o leer sobre vidas ajenas ficticias, tenía harto movimiento y preocupación en la propia.
El saltimbanqui
La semana italiana se desarrolla de la manera prevista y no vamos a entrar en detalles: música, comida y vino. Podemos volver a presenciar como en otros años esa procesión mañanera después de la misa de once, en que salen en desfile congregaciones, logias y hermandades formadas por inmigrantes cuyo origen son pueblos perdidos de la Italia del sur, y que pasan portando estatuas de santos, vírgenes y estandartes. Las nuevas generaciones nacidas en el país tienen unos centímetros más y cuerpos en general trabajados por la educación física y el deporte, algunos ejemplares se acercan a lo inverosímil. Como ciertas mujeres morenas de perfil casi aéreo provenientes de algún país africano cuya belleza casi sublime nos hace dudar de su realidad.
Cae la noche y un negro con la cara pintada de diversos colores instala un cajón en medio de la calzada pululante de gente, pone frente suyo un tarro grande de latón para las monedas, se sube y adopta una postura casi imposible, absolutamente inmóvil. Cae la primera moneda, el tarro suena y la figura encaramada en el cajón salta a y asume otra postura, mira sin ver al oferente y se inmoviliza en ese gesto. La primera víctima es una niña que se asusta, se ruboriza y vuelve rápido donde sus amigas. La escena se repite una y otra vez, hasta que los más osados del corrillo ya formado se paran frente a esa estatua que cambia de postura con el retintín de cada moneda que cae, hacen morisquetas antes de echar su limosna, algunos hacen fintas, otros lo increpan para recibir un gesto mudo y petrificado como respuesta, una niña joven se acerca, le roza la cara, luego una mejilla, un brazo, echa una moneda y se para desafiante esperando el gesto congelado con que le van a responder, la estatua se deshiela y la persigue medio en broma y medio en serio, quizás más en serio. Vuelve a su tarima. Otras monedas caen. La figura salta y cae en posición desafiante frente a un hombre torvo y vestido de chaqueta de cuero, otra moneda, y un gesto de piedra sale al encuentro de un hombre de gafas, de terno, más bien gordo, mientras la niña, desde el grupo de amigas dice “te amo” y las otras se ríen. El grupo de niñas se aleja.
El charlatán acróbata sigue desempeñando por una moneda de a dólar o dos el papel que psiquiatras, psicoanalistas, profesores y curas han jugado desde siempre, claro que con un precio más caro en metálico, credulidad y entrega. La gente del corro se sustituye y la intensidad del intercambio aumenta a medida que los presentes dejan que salga de sí lo que ha estado guardado e inexpresado quizás desde la primera infancia, esa variada pero siempre igual a sí misma gama de sentimientos, frustraciones, secretos y situaciones interpersonales. El ambiente se empieza a cargar de una violencia contenida. Nos alejamos pensando que quizás las cosas lleguen a mayores, en este medio hay mucha gente que nunca tiene ocasión para expresarse, que tienen muchas cosas guardadas bajo el poncho, como decimos en mi país y sin deseo de ofender, o según otro dicho, una hachita que afilar, un poco de sangre—existencial—en el ojo, o les duele alguna yayita. El hombre en ese momento termina súbitamente su número en esa atmósfera electrificada, se baja, toma el taburete en una mano, el tarro repleto de monedas en la otra y al irse nos pasa rozando, nos mira directamente a los ojos.
Y entonces es que nos miramos y sabemos antes de decirlo: no, nos habíamos equivocado. No era lo que nos habíamos imaginado, y lamentamos no haberlo adivinado antes, al examinar su performance. Es que habíamos andado bajo ese sol, entre los kioscos, desde al mediodía casi, degustando vino y platos típicos, viendo danzas regionales, y no nos habíamos dado cuenta.
Antologías y cóndores desubicados
Marcelo Novoa, al presentar en la feria del libro de Santiago de Chile su reciente
antología de ciencia ficción chilena, dijo intentando explicar el escaso cultivo del
género en el país que quizás el criollismo mundonovista había aplastado a la literatura chilena, haciendo retroceder del imaginario nacional la posibilidad de desarrollo de la literatura fantástica. Eso en un país mágico, según el mimo Novoa. Y no está ni así de perdido. En el puerto de Coquimbo, en el Norte Chico, la antesala del desierto mirando al altiplano donde asistí a un congreso sobre la poesía andina a mediados de octubre, se enfrentan desde la cima de dos sendos cerros que coronan, la Cruz de Milenio, una altísima estructura de concreto, y una enorme mezquita, en una región en la que, a decir de un personero de la Iglesia Católica que vi el otro día por televisión, no hay más que siete musulmanes en la población que alcanza a las 600 000 almas. Qué Macondo ni qué niño muerto. Por otro lado, los límpidos cielos de esa región, cerca del hogar en que creciera Gabriela Mistral, donde se asienta el observatorio El Totolo, son frecuentemente visitados por OVNIS, hecho que James Krator, secretario de la Sociedad de Escritores de Chile de la Región de Coquimbo no tendría entusiasmo en desmentir. Yo mismo yendo en bus desde Santiago mirando por la ventana la porción gradual de un paisaje que no había visitado hace quince años, ví una vasta figura alada que sobrevolaba el vehículo a esa hora crepuscular. La mayoría de los otros pasajeros dormía, o tenían las cortinas corridas.
Una vez llegado a mi destino final, y despabilándome en el hotel que nos habían
asignado en Coquimbo, comenté que había visto un cóndor que sobrevolaba el bus, y un
poeta de la zona me comentó “raro, muy raro. Que yo sepa, nunca se han visto cóndores
tan cerca de la costa. Incluso no me parece ni nunca he escuchado que se hayan visto
cóndores en la costa en ninguna región de esta larga y angosta faja”. Bueno, entonces
decidí no mencionar más el asunto. Pero junto con dos compañeros escritores que asistían al encuentro, pioneros de la revista Tebaida, del Norte del país en los gloriosos sesenta, pude comprobar que la geografía misma de ese puerto encaramado en colinas no es correcta. Pese a estar a unas pocas cuadras y en un dirección bastante clara del campus, casi a orillas del mar, donde se desarrollaba el evento, las tres veces que intentamos llegar a pie nos perdimos, o en un dédalo de callejones insospechados, o siguiendo la línea de una costa que se retorcía sobre sí misma. Volviendo a la presentación de ese libro compilado por el académico y poeta porteño (de Valparaíso) Novoa, recuerdo haber tomado la palabra e indicado que por ejemplo en Argentina figuras de la estatura de Jorge Luis Borges, Bioy Casares y el mismo Sábato, de alguna manera, cultivaban con afición lo que podría llamarse literatura fantástica, y que allí por cuatro años en los cincuenta del siglo pasado se editó la revista Más Allá, que presentaba en versión española lo más granado de la ciencia ficción mundial, sobre todo anglosajona. Novoa se refirió como al pasar y solamente medio en broma a las incontables islas del archipiélago de Chile, que se desgrana hacia el sur y la niebla, expresando lo quepodría encontrarse en aquellas islas e islotes, muchos de ellos aún inexplorados. Entonces me acordé de la mítica Isla Friendship, a que refirió un escritor chileno en una nota, meses antes de que su hogar en Batôn Rouge fuera arrasado por las aguas. Me levanté y salí.
La ciudad de aquí, la de allá abajo
Varado como una ballena desde hace décadas, no nos quejamos cuando nos dejamos llevar por nuestro paso todavía ágil a pesar de los pícaros años, no tan pícaros, pero que no perdonan, nuestra lengua todavía trabada por el comercio de un idioma tan absolutamente(no tanto, éste es un decir) opuesto al nuestro, pero no nos quejamos, ahí en las latitudes y longitudes de donde venimos, donde nos originamos, no nos hubiera sido posible encaramarnos a estas venerables edades, por la polución ambiental que crece mano a mano con el desarrollo de esa vasta metrópoli sin embargo apretada en un valle rodeado por cordilleras, que crece día a día, como las formas de una niña antañona, del tiempo de los abuelos se torturaban con las barbas del corsé. La locomoción particular y pública es ya una aventura en esos parajes todavía vistosos pese al absoluto (casi) desprecio por el Medio Ambiente, las dietas que o bien se componen básicamente de pan o son extremadamente abundantes en colesterólicos, engrosadores de vasos sanguíneos, hígadoliquidadores, pancreatoexplosivos, todo el mundo fuma es difícil sustraerse, uno que ha sido marino y el vino puede ser menos que regalado. Pero esa diferencia lingüística y cultural no es tan así nomás, nos repetimos cuando caminamos adrenalínicos por esas calles casi vacías del domingo en la mañana por esta cuidad pequeña, (a medias) impoluta, bastante imperial si se toma el conjunto de los edificios del barrio cívico y las orillas de un río, encaramados en una colina y una arquitectura intencionadamente vetusta y medioeval.
Guagua y el Apocalipsis
Las noticias nos asaltan por todas partes en esta era de las comunicaciones y a veces los efectos de esta marea informativa se pueden calificar de catastróficos. En una de las contadas ocasiones en que he ido a presenciar las presentaciones o actuaciones de Guagua L’Amore, mi amiga—creo que puedo considerarla así—estriptisera. Y digo contadas, porque produce un poco de cosa verla empelotarse en el escenario, siendo amiga, porque después cuando nos pongamos a conversar nos vamos sentir un poco incómodos, además de que detesto de todo corazón a la fauna que maneja y frecuenta esos lugares. En la última ocasión ella me pareció no estar del todo presente en lo que hacía cuando se iba sacando una por una sus prendas negras, su color único y preferido para todo tipo de ropa, tanto exterior, como interior y de trabajo. No porque yo haya tenido conocimiento funcional de este detalle, sino porque me lo confesó una vez conversando. Parecía distraída, y yo iba de su expresión un tanto ausente al trazado de esos delicados tatuajes sobre su piel blanco mate, que alguna vez me contó provenían de dibujos de un conocido poeta y artista plástico de origen latino que había visto en una revista y le habían gustado, pero que le había costado bastante hacer reproducir, ya que los inscriptores de tatuajes son en general gente con muy poco talento y que se basa en modelos repetidos y burdísimos. Es decir, que yo al percibir esos detalles me estaba yendo por las ramas, haciendo que esa experiencia fundamentalmente erótica se convirtiera en una estética. O a lo mejor es simplemente que con el paso del tiempo nos cambia el foco de interés aunque seamos reacios a reconocerlo.
Pero el caso es que se la veía un poco tensa y luego de su actuación e insensible a las ovaciones que provocaba, se puso su impermeable, también negro, y se sentó a mi mesa solitaria de viejo sapo. Pero incluso cuando empezó a tomar sorbitos de su cerveza seguía con una expresión francamente preocupada. Al fin no me pude aguantar y cansado de los monosílabos afirmativo negativos con que paraba mis intentos de meterle conversa, le pregunté derechamente qué le pasaba. “Mira”, me dijo “¿Te acuerdas de esa vez que los gringos bombardearon a esas familias en Afganistán y tú andabas emputecido y por que no te llevé de apunte me dijiste que a la juventud de ahora ya no le interesaba nada que no los afectara directamente, que no estaban informados de lo que pasa en el mundo, que no leían ni el diario, usaban el internet para hablar tonteras o masturbarse, y después yo te dije que iba a empezar a leer el diario y a ver por lo menos los noticieros en la televisión y que iba a ver en el Internet ese sitio que recomendaste Democracy Now? (tomó aliento). Bueno, eso es lo que he estado haciendo las últimas semanas y ahora no puedo dejar de pensar en todas esas calamidades, la aniquilación de países completos por la avaricia de los ricos y poderosos, que instalan y apoyan a gobiernos corruptos o genocidas ultrarreligiosos, en esos millones de gente muriéndose de hambre en África, los millones de personas en la China o la India que trabajan casi como esclavos desde niños, todos esos niños que cultivan para sacarle los órganos, los miles de mujeres y niñas vendidas como esclavas sexuales que mandan de un país a otro sin ningún problema, el planeta que ve desaparecer especies todos los días, el avance de los desiertos, el aumento de la temperatura y la polución. Gracias, eres un gran amigo. Ahora casi nunca me puedo sacar esas cosas de la cabeza. Y me parece clarito que el mundo está jugando los descuentos, me queda claro que en cosa de unos años buenas noches los pastores”. Yo le dije que chantara la moto. Que no se subiera por el chorro, dos dichos chilenos, uno harto viejo y uno nuevito, que antes pasaban cosas bastante espantosas pero que la gente no sabía, no le llegaba la información o le llegaba muy atrasada, así por ejemplo los yanquis habían bombardeado Camboya hasta debajo de la lengua, con incontables bajas civiles, los israelitas se habían refocilado en las masacres de Zabra y Chatila, o por otro lado el gobierno chino habían matado a miles de estudiantes en Tianamen Square. Pero ahora con el internet se sabía al tiro, incluso en Colombia ya no pueden ni siquiera echarse a unos cuantos líderes sindicales sin que se sepa en todo el mundo. Le dije que aunque ella no lo creyera, ahora los tipos estaban más controlados, ya que por ejemplo los fulanos de los aviones tienen que contenerse aunque les pique el dedo en el gatillo para mandarle una bomba a esos tipos que van pasando allá abajo en camello, por si las moscas. Pero estaba de acuerdo en que no el planeta, pero sí el mundo de nosotros, los humanos, la gente, estaba en las últimas. Pero que yo no creía que me iba a tocar a mí presenciarlo, a mi avanzada edad, pero a lo mejor a ella sí—lo que no hizo nada para mejorarle el ánimo. En realidad, ella había vivido su epifanía, que quiere decir experiencia memorable, que en su caso particular había sido apocalíptica, ya que no hay que olvidar que la palabra apocalipsis viene del griego y significa revelación. Si la revelación es de puros desastres y calamidades onda Fin de Mundo no es culpa de los griegos, sino de San Juan. Y a la postre de nosotros.
Vascos, extraterrestres y cerveza
Frecuentar los mismos cafés y bares, tomarse unos tragos y dejar que algunos interlocutores ocasionales, repartan la nueva. Pasará un tiempo y si uno se las arregla para ocupar más o menos la misma mesa, los mismos días de la semana, a las mismas horas, empezarán a rondar primero y a acercarse después, gente con las mismas inquietudes, o parecidas. Uno los ve, por ejemplo sentados en una mesa vecina y les sonríe de manera invitadora. Algunos puede que sean locos de atar, gente perdida en increíbles obsesiones, pero llegarán otros a quienes el restringido espacio de la academia, la investigación oficial, más o menos lo mismo, o los medios, no le han acordado el espacio que (según ellos), se merecen. La paranoia generalizada del control del internet del Hermano Grande, sobre todo desde 9/11 no hacen posible recurrir a este medio de comunicación. Uno no sabe si el interlocutor que profesa haber tenido experiencias similares es un agente de los poderes fácticos, como se dice ahora. Entonces, la Radio Bemba, como dicen en la república Dominicana, se revela, aún en estos tiempos de las TIC (tecnologías de información y comunicaciones) como bastante fructífera.
Es así que una persona cuyo sexo, origen ético, estatus social y laboral, sexo, lengua no voy a mencionar por razones obvias terminó apersonándose a mi mesa de habitué en un café cuya ubicación y nombre tampoco voy a mencionar. Se refirió a mi nombre, a si yo sabía que era de origen vasco, que significaba esto y lo otro. Le dije que sí, le referí que no hacía mucho alguien me había mandado un correo electrónico, presumiblemente desde España, inquiriendo si mis libros estaban a la venta en el viejo continente, que en todo caso pensaba visitar Québec City, Toronto, esa cosmopolita ciudad europea enclavada en el corazón del Canadá rústico y redneck, Montreal, que ya conocía y que ocupaba un lugar predilecto en su corazón, y que esperaba entonces conseguir algunos libros míos en las librerías. ‘Cuando las ranas críen pelo’, había pensado yo para mis adentros, parodiando a Gurdjieff. Había terminado preguntándome si yo sabía si mi nombre en vasco significaba esto y esto otro. Pero no nos alejemos del tema. La persona frente a mí echaba miradas nerviosas a su alrededor, totalmente infundadas, ya que yo había estado ahí tomando, comiendo nachos y hablando con otros contertulios que no viene al caso mencionar, que se habían ido, era casi hora de cerrar y la única otra gente eran las niñas camareras, algunas medio puestonas, cuyas risas y charla y ocasionales tallas, extremidades y ademanes ponían un vago trasfondo a nuestra conversa. Hoy no estaban de turno esas dos mujeres jóvenes, bajas, de edad y etnia imprecisables, que en general se las arreglaban para rondar mi mesa en forma quizás demasiado casual, cosa a la que ya me he referido.
Y me dijo que había visto una y otra vez el video de la disección del extraterrestre de Roswell, que había sacado una copia y que la veía por lo menos una vez por semana, que ese cuerpo pequeño, sólido, bien formado era indiscutiblemente femenino y que si lo que le habían contado de mi supuesta teoría era lo que suponía, estaba de acuerdo conmigo ciento por ciento. Y que entendía mi referida reluctancia a acercarme a las autoridades competentes, olvídate, me dijo. Con un master en antropología él (porque debo confesar que se trataba de un hombre) andaba manejando taxis. Pero así son las cosas. Por otro lado, lo que me tenía que comunicar sí que era importante, lo afectaba también a él, como de seguro me afectaría a mí. Si bien se decía por ahí que los vascos existían donde mismo desde el paleolítico, unos nueve mil años antes de Cristo, según algunos, con muy poca evidencia concreta, sólo había registros del idioma vasco desde fines de la Edad Media. No había ni vestigios arquitectónicos, ni fósiles, ni nada, sólo un lenguaje absolutamente extraño, sin relación establecida en serio con ningún otro idioma, pese a los ridículos esfuerzos por establecer por ejemplo parentescos con el georgiano, o una teoría de que era el idioma que en algún momento hablaban los íberos de toda España y así por el estilo. Es decir, que aparte de todo eso lo que contaba era que habían aparecido de repente, a fines de la Edad Media, claro que ciertos intereses inmencionables habían tratado de fundamentar un pasado anterior, me entiende, para echarle tierra al asunto. Las visitantes eran nuevitas, eso no era nada, ya había una raza de origen extraterrestre vivita y coleando, qué Código Da Vinci ni qué ocho cuartos, Close Encounters y toda esa vaina, en el mundo había extraterrestres establecidos hacía como mil años, quizás con qué fines. Me preguntó si yo había tenido alguna vez la sospecha de que no era como el resto de la gente, si, como él, me embargaba a veces la sensación de ser distinto, de que una barrera invisible me separaba de mis contemporáneos, mi familia, mis amigos, de que pensaba de otra manera, de estar llamado a otras cosas, qué sé yo, a él eso le pasaba siempre. Tenía pesadillas, sueños raros. Claro, pensé, sobre todo cuando se había huasqueado con la plata de otros. Entonces fue que pedí la cuenta.
Monday, January 11, 2010
Subscribe to:
Posts (Atom)